De “Monoteísmo y Yihad” al Califato pasando por Al Qaeda en Mesopotamia, Estado Islámico de Irak y Estado Islámico de Irak y Siria. La invasión de Irak por parte de los Estados Unidos en su denominada “guerra contra el terror” desató una oleada de violencia sectaria y terrorismo de consecuencias globales. Abu Musab al Zarqaui, el hombre que puso en jaque a las tropas norteamericanas en Irak encendió la chispa cuyo “calor continuará aumentando con el permiso de Alá hasta quemar al ejército de los Cruzados”. Una década más tarde, la chispa que prendió Zarqaui encendió todo Oriente Medio de la mano de Ibrahim Awwad Ibrahim Ali al-Badri al-Samarrai, al que conocemos por Abu Bakr al Bagdadí, el autodenominado califa del Estado Islámico. Su discurso del 4 de julio de 2014 desde el mimbar de la mezquita Al Nuri de Mosul llenó los anhelos y esperanzas de decenas de miles de jóvenes musulmanes de todo el mundo, pero especialmente de Europa. Iniciaban así su hégira hacia los territorios de un Califato islámico en pleno siglo XXI. Poco después de la conquista de Mosul llegarían los avances sobre las zonas suníes de Irak, amenazando incluso la capital Bagdad; el genocidio sobre las poblaciones yazidíes en Monte Sinyar; la conquista de Palmira en Siria; las ejecuciones televisadas de rehenes; las matanzas expuestas en redes sociales; los atentados en Europa, Norteamérica y Oriente Medio; la creación de filiales del terror en Asia y África; la creación de una coalición internacional multinacional para acabar con ellos; los durísimos combates para retomar Mosul o Al Raqa, con barrios completamente destruidos; la huida de los últimos miles de fieles y su rendición en Al-Baghuz Fawqani; y la muerte del califa Abu Bakr tras detonar un cinturón de explosivos cuando estaba siendo cazado por las fuerzas especiales norteamericanas en su escondrijo de la norteña provincia siria de Idlib.Lejos de desaparecer, los últimos combatientes del Estado Islámico han hecho lo que mejor saben hacer: replegarse al desierto fronterizo entre Siria e Irak y a las áreas montañosas, continuar su campaña de acoso sobre las fuerzas de seguridad iraquíes, su extorsión a civiles y actividades económicas, y procurarse los recursos necesarios para sobrevivir en espera de una mejor coyuntura. Sus franquicias de terror en Afganistán, África Occidental, Sahel o Mozambique son la prueba viviente de lo difícil que es acabar con una ideología de terror.
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