Invisible: 741 (Panorama de narrativas)

Una novela apasionante, quizá la mejor de Auster, sobre la culpa y la redención, el deseo y el azar.

Estamos en 1967 y Adam Walker, un joven poeta que acaba de terminar sus estudios, no sabe muy bien qué hacer con su vida.  De todos modos, cualesquiera que fueran sus planes, a buen seguro no incluían nada de lo que está a punto de sucederle.  Pensándolo mejor, no debería contarles mucho más sobre el argumento de Invisible, porque Auster no se anda con rodeos y desde el principio los acontecimientos se suceden sin pausa, a un ritmo que impide al lector cuestionarse lo que lee.

Mientras muchos escritores te abren la ventana para que te asomes y seas testigo de la historia que van a contarte desde su confortable sillón, Auster abre la puerta y te espera fuera, en la primera frase, y nada más llegar te pasa el brazo sobre el hombro y literalmente te empuja dentro del libro, te acompaña a través de sus páginas, te guía con su voz hipnótica y, sin dejarte tiempo para pensar, te enseña lo que él quiere que veas y te oculta el resto.

Estábamos hablando de Adam Walker, un escritor, en este caso un poeta, perdido en la vida, atormentado por un trágico suceso del pasado, que va a ser golpeado por el azar hasta verse inmerso en una espiral de violencia y deseo que escapa a su control; a aquellos que hayan leído ya unos cuantos títulos de Auster esta historia debería resultarles familiar.  Esta estructura, los diálogos vágamente hollywoodienses, el final que pone en cuestión todo lo leído anteriormente, un cierto deje de posmodernidad, las referencias a otros textos y autores, la ironía sobre el acto de escribir, todo ello forma parte de la marca de la casa Auster.

Quizá sea a causa de la obligación autoimpuesta de publicar una vez al año (la próxima novela ya está terminada, según el propio autor), o porque una vez encontrado el camino del éxito es difícil apartarse de él, no lo sé, pero lo cierto es que en Invisible se hace patente un cierto parecido de familia con otros títulos del autor.

No me malinterpreten, por favor; a mí me gusta Auster; he leído muchas de sus novelas, e Invisible es una de las mejores.  No estoy afirmando que el argumento sus novelas sea repetitivo o previsible, al contrario, suele ser apasionante y siempre sorprende.  Pero en la estructura narrativa se aprecia un patrón, un esquema común.  Y eso no es malo, lo mismo que no lo es que su prosa sea poco elaborada y que recurra a menudo a lugares comunes bastante trillados, porque el talento de Auster hay que buscarlo en otro lugar.

En cualquier disciplina de la vida hay dos maneras de triunfar: o inventas algo nuevo, nunca visto, o haces lo mismo que todo el mundo, pero mucho mejor que los demás.  Auster pertenece al segundo grupo, hace lo que cualquier escritor realista norteamericano, pero ¡qué bien lo hace!

Decía que Auster es un escritor realista.  Sus historias parecen reales y, de hecho, en Invisible toma muchos elementos de su biografía para crear el personaje de Walker, pero no hay nada más ficticio y artificial que el realismo y, a poco que uno se pare a pensar, todo lo que le sucede a Walter es descabellado.  Historias realistas en las que suceden cosas descabelladas, otra de las especialidades del neoyorquino.  El gran mérito es que consigue hacerlas creíbles, casi lógicas, aunque para ello tenga que hacer algunas trampas que le permiten guiar al lector por el camino que más le interesa.  Si me lo permiten, a mí Auster me recuerda a Hitchcock.

En Invisible toma una historia que no da para mucho y la exprime con maestría.  La narración pasa de la tercera persona a la primera y de ésta a la segunda, el relato se convierte en el borrador de un texto, el texto en un diario, el tiempo avanza y retrocede y, en cada cambio, sin que la historia deje de ser la misma, el lector la ve bajo otra perspectiva distinta.  Y no es un ejercicio de estilo, la coherencia del texto, su unicidad, son completas.

Son, por tanto, muchas las razones por las que Invisible es un libro destacable, puede que el mejor de Auster.  Sin embargo, muchas de las reseñas que se han escrito sobre él se han centrado en su contenido sexual.  En la contraportada se califica al libro de “erótico” y el propio autor, en la presentación en Nueva York, leyó ante el público las escenas más escabrosas.  Probablemente es una forma estupenda de aumentar las ventas pero a mí me parece algo anecdótico; ni siquiera hay tanto sexo en el libro, pero parece que la afición de Auster a llamar a las cosas por su nombre y la narración de un incesto todavía consiguen escandalizarnos a estas alturas.

Y llegamos al final de la visita.  Auster nos muestra la puerta de salida y, aunque creíamos que la distribución de las habitaciones nos era familiar y que el anfitrión nos había descrito cada cuarto exactamente tal y como es, de repente ya no está tan claro si el salón era el salón o si era la cocina.  ¿O se trataba de un dormitorio?  Puede que esa sea la magia de Auster, que cuando crees que ya te sabes sus trucos, que a ti ya no te va a engañar, vuelve a dejarte con la boca abierta.