El 17 de febrero de 1600, Giordano Bruno se encamina a la hoguera que
el Santo Oficio dispone para él en ese lugar de Roma, hoy tan emblemático, que es Campo di Fiori, dando así testimonio de libertad. Desde entonces
las investigaciones de los eruditos, filósofos, filólogos, historiadores y
hombres de fe, se han enfrentado en una lucha partidaria intentando resolver dudas, achacar culpas, sostener errores y justificar ideologías, todo ello siempre con los textos de Bruno en la mano, olvidando, quizá, que fue también un hombre.
Este hombre es protagonista de uno de los sucesos más dramáticos del Renacimiento tardío, un hombre que bien puede ser considerado manierista por su enfrentamiento con la tradición clásica y por la subversión de los
valores que representa en este último momento del Renacimiento:
prácticamente la emblemática ilustración de la oposición radical entre la autoridad y la libertad.
El año 2001, Juan Pablo II pidió perdón por la ejecución de Galileo y de
Giordano Bruno. Al hablar de Galileo, el Papa asumió los postulados de su
doctrina; en cuanto a Giordano Bruno lamentó que el Santo Oficio hubiese ordenado su ejecución, pero insistió en que su pensamiento era contrario,
entonces y seguía siéndolo ahora, a la ortodoxia católica.
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