Reseña del editor:
La vida consagrada no pasa por su mejor momento, a juzgar por el flujo vocacional. Tanto que alguno se pregunta si hay futuro para la vida consagrada y si aún tiene sentido escogerla. La presente reflexión afronta esta incómoda pregunta, pero partiendo de otro interrogante: ¿es la sociedad en la que vivimos post-cristiana o pre-cristiana? En una cultura que fuera post-cristiana, la vida consagrada sería insignificante, como un residuo de una época que parece extinguirse. Sin embargo, si existe en la sociedad una necesidad de signifi cado, una sed de amor y de felicidad, una apertura al misterio, se puede afi rmar que el consagrado aún tiene su lugar preciso con una doble función: reconocer y señalar la nostalgia de Dios y testimoniar con su vida que solo el Eterno puede saciar plenamente dicha necesidad.
Contraportada:
Actualmente la vida consagrada no pasa por su mejor momento, a juzgar por el flujo vocacional. Tanto que alguno se pregunta si hay futuro para la vida consagrada y si aún tiene sentido escogerla. La reflexión que se presenta en estas páginas afronta esta incómoda pregunta, pero partiendo de otro interrogante: ¿es la sociedad en la que vivimos post-cristiana o pre-cristiana? En una cultura que fuera post-cristiana, la vida consagrada sería insignificante, como un residuo de una época que parece extinguirse. Donde, por el contrario, aún está presente –a pesar de todo– la búsqueda de significado, la sed de amor y de felicidad y, la apertura al misterio, allí es donde el consagrado aún tiene su lugar preciso con una doble función: la de reconocer y señalar, como hombre espiritual que es, la nostalgia de Dios oculta en lo más profundo de cada corazón, como una larga espera, también en quien la niega. Para mostrar, después, con su vida, que solo el Eterno puede saciar plenamente la sed de verdad, de amor y de felicidad para siempre y desde ahora.
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