El alcalde de Zalamea: Volume 9 (Clásicos castellanos) - Tapa blanda

La acción arranca cuando una compañía de soldados llega al pueblo de Zalamea de la Serena, provincia de Badajoz y al capitán de la misma, don Álvaro de Ataide, le corresponde alojarse en la casa de Pedro Crespo, villano rico. Enterado el primero de que el segundo tiene una hija, Isabel, de peregrina belleza, no cejará hasta encontrarla en un desván donde se esconde de la voracidad del militar por precaución del padre. De este modo se desencadena el conflicto entre don Álvaro y el padre, así como el hermano, de la beldad. La cosa pintaba muy mal y la providencial llegada del general, don Lope de Figueroa, mitiga provisionalmente la tensión que ya amagaba resolverse en derramamiento de sangre a profusión. Con objeto de poner algo de tierra de por medio entre el fuego y la paja, don Lope decide alojarse él mismo en casa de Pedro Crespo. Conforme van pasando las horas, un inconfesado respeto mutuo se establece entre los dos hombres. Pero la casquivana actitud del capitán los pondrá, lo quieran o no, en una posición de enfrentamiento ineludible. En efecto, don Álvaro rapta a Isabel, la deshonra y la abandona en el bosque. Ante este hecho, Crespo, necesitado de autoridad, es investido alcalde y, en tanto que tal, arresta al capitán y le ruega se case con Isabel. El altivo militar rechaza la propuesta con desprecio. Puestas así las cosas, Pedro Crespo le procesa y le manda dar garrote vil. Comienza ahora el drama de las prerrogativas, pues don Lope, enterado de la prisión de su oficial, monta en cólera y avanza sobre Zalamea dispuesto a arrasarla y a no dejar piedra sobre piedra si no se le entrega al capitán para que sea juzgado por la jurisdicción militar, como entiende que corresponde. Crespo replica que la sentencia está ejecutada y cualquiera sabe cómo habría acabado todo aquello a no ser por la casual venida del rey Felipe II, de paso por la villa, quien no vacila en acordarle la entera razón a Pedro Crespo, ratificando su decisión y sus hechos y nombrándolo alcalde perpetuo de Zalamea. A Isabel, no obstante, no le queda ya más solución que entrar en un convento.