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    Rústica. Condición: Muy buen estado. 169 pgs. El jefe no tiene por qué ser la figura inalcanzable, investida de una autoridad que lo torna lejano y solitario, ni el incansable buscador de status y cultivador de úlceras, ni el hombre que paga su poder haciéndose un adicto al trabajo. El nuevo dirigente que requieren las organizaciones debe comprender el novedoso y enriquecedor perfil que le depara el futuro. El dirigente es alguien que acepta la responsabilidad de conducir a otras personas en grupos bien constituidos, grupos que, lejos de hundir al individuo en la masa, lo afirman en sus legítimos anhelos de obtener, a cambio de su trabajo, no sólo los medios para la supervivencia de su familia, sino una posibilidad de realizar valores de creación. El dirigente tiene que desempeñar el papel de humanizador de las empresas. Deberá asumir el reto de hacer comprender a las empresas con alta tecnología que una buena parte de su productividad depende de contar con el trabajador instruido, aquel que aporta a su tarea lo que ha aprendido en una educación sistemática: conceptos, aplicaciones e ideas innovadoras, y no sólo el esfuerzo físico o la habilidad manual. A la vez, deberá ser lo suficientemente claro y convincente con los trabajadores para crear con ellos un ambiente de realización y de buena calidad de vida laboral, donde sus valores y aspiraciones individuales sean lo más compatibles con los objetivos de una organización. El dirigente deberá asumir el mando de las instituciones para rediseñar y organizar, con lucidez, ética y sentido crítico, el futuro de una sociedad que necesita gente como él para salir de la crisis de autoridad en que se encuentra, y para salir por el camino de la l ibertad y el desarrollo, y no por el de la tiranía. El jefe sólo puede tener subordinados. En cambio, el dirigente cuenta con auténticos colaboradores, personas que saben que únicamente quien es verdaderamente libre es verdaderamente responsable.