Reseña del editor:
Pasando al juicio de esta obra, las prendas, en nuestro concepto, superan en mucho los defectos, resaltando entre aquellas: l.°, un estudio diligente en averiguar los hechos, y esto en un tiempo de ignorancia, tan escaso en monumentos, sin ninguno de los recursos que hoy tenemos tan a mano: 2.°, un juicio exacto y filosófico en dar clara y distintamente los motivos de los sucesos que va refiriendo y una crítica continua en separar lo que aprueba por verdadero de lo que refiere sólo por haberlo oído, y no pocas veces desecha por falso: 3.°, una prudente parsimonia en no amontonar máximas y reflexiones morales, dejando su curso a los hechos; 4.°, un estilo fluido, claro, vario y ameno, sin afectar las exquisitas figuras con que rizaban ya sus discursos los oradores, ni lo áspero, pesado y sentencioso de los filósofos. Los razonamientos que pone en boca de sus personajes son tan dramáticos, variados y propios de la situación, que nadie a mi ver se atreverá a tacharlos de difusos. A tres se reducen los defectos de que es tachado Herodoto: 1.°, alguna sobrada malignidad, de la cual habla de propósito Plutarco, a veces con razón, a veces incurriendo en el vicio mismo que reprende: 2.°, mucha superstición, culpa de que no es posible excusarle sino por la naturaleza de los tiempos en que vivió, y por el deseo de captarse el aplauso público halagando las creencias populares, y sin embargo se muestra en algunos pasajes bastante atrevido para arrostrarlas: 3.°, falta de ritmo y armonía en su estilo, vicio de que le acusa Ciceron (Orat. c. LV), y de que le vindican Dionisio de Halicarnaso, Quintiliano y Luciano. Yo por mi parte opino con el primero, y me ofende no poco aquella recapitulación que nos hace de cada suceso, por más breve que sea. (Bartolomé Pou, S. J., Prólogo)
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